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UN PETARDO EN EL TIBET - FOTOS Y VIDEOS !!!!

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Hola demon la cronica es una pasada, y aunque no hay muchos comentarios, solo tienes que mirar las entradas que tiene tu post, que ya son unas poquitas jeje.

De todas formas lo que la mayoria de la gente tiene, yo el 1º, es mucha envidia.

Ya se que es mucho trabajo lo que estas haciendo pero sigue con la cronica que al final la gente te lo agradeceremos.

Un saludo desde la capial charra.

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Siguiente día, y van unos cuantos…

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Volvían a ser ocho las motos que salían del hotel, con los dos coches de apoyo convenientemente cargados de gasolina en bidones y nuestras barrigas llenas con el extraño desayuno de hoy. Esto es un tema que me gustaría apuntar para que lo entendáis. En la china profunda, cuando sales de las ciudades, no hay leche en ningún sitio, los desayunos se componen de una especie de bollitos salados y picantes rellenos de algas y otros componentes que llaman “dim sum” y sacan platos con cosas desconocidas, lo único que identificas son los huevos, más pequeños de lo normal pero huevos al fin y al cabo… Por eso hemos decidido llevar nuestro propio desayuno, leche en polvo, nescafé soluble y galletitas, todo eso lo metimos en un cubo y todas las mañanas, una tras otra, vamos al restaurante a desayunar con nuestro “cubo del desayuno”.

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A las 10:00 estábamos haciendo millas. No hay forma de salir antes, entre unas cosas y otras… hoy, por ejemplo, antes de salir, una ambulancia ha hundido la puerta del pick up (que por cierto, la marca es “Great Wall”, que significa “Gran Muralla”), el conductor debería estar alucinando con las motos o con nosotros y le metió un buen “viaje”.

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Nos introducimos en el desierto y en poco más de una hora ya estábamos circulando por pistas de tierra. Transportada por el viento, la arena del desierto se come la pista, llegando a dejarla oculta en algunos tramos que convierte en peligrosas trampas con las que hay que tener cuidado.

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No llevábamos mucho tiempo cuando Javier quiso saborear de cerca la arena del Taklamakán… cayó en unas de las numerosas trampas, sin consecuencias graves, pero se hizo daño en el costado y, con más dolor en el orgullo que en las costillas, prefirió continuar en el coche para no arriesgarse a una nueva caída. Y es que era una zona muy técnica, bastante rápida y como decía antes con numerosas trampas de arena

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La adrenalina y la emoción de encontrarte ahí, encima de la moto, por medio del desierto hacía que fuéramos bastante más rápido por pista de tierra que por carretera, era fácil que fuéramos pilotando manteniendo 140 – 150 km/h de pie, concentrados en poner la vista lo más adelante posible y no comernos ninguna piedra que no fuera capaz de digerir las eficaces suspensiones de la 800.

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Si tuviera que elegir los tres mejores días de mi vida motera, éste sin duda sería uno de ellos. Fue un auténtico lujo poder disfrutar de esos paisajes, de esa compañía, atravesando el desierto en una GS 800 por pistas rápidas, con zonas de 160 a fondo, zonas con piedra suelta, a un ritmo más que suficiente para no bajar la guardia ni un momento, algunos pasos técnicos por piedras y otros por arena blanda (en esos casos en segunda “a gas” y si dudas… te vas al suelo como le ha pasado a Javier) ya con las experiencia aprendida en días anteriores y con maestros del desierto como los hermanos Tatay. Cuando nos adelantábamos, normalmente nos apedreábamos, unas veces sin querer, y otras no tanto, dando gas en tercera o cuarta y cruzando la moto con el peso adelantado como si quisieras besar la rueda delantera… kilómetros y más kilómetros, horas de concentración sobre la moto y sus reacciones…

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Y pensaba que mi Ktm 450 era pesada! Recuerdo vislumbrar a lo lejos el cauce de un río seco que cruzaba la carretera, echo “el ancla” de inmediato y aquello empieza a moverse de izquierda a derecha, sin reducir la velocidad apenas mientras veo como se acerca el cortado más rápido de lo que me gustaría. Con estos bichos tienes que tener siempre presente el peso y la inercia que llevas porque poner el peso atrás de pié, con el trasero casi en el faro, no es suficiente para que aquello se sujete. Me detuve a tiempo, pero de esa me llevo un par de canas fijo.

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Recorrimos unos 400 kms así y llegamos a una zona de árboles en arena muy blanda, ya cerca del pueblo a donde nos dirigíamos. Justo antes de parar a descansar, protegiéndonos del sol a la sombra de aquellos árboles, Victor baja la guardia y se da un revolcón por la arena, sin consecuencias más alla del orgullo…

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Antonio, Víctor, Gustavo y yo nos quitamos el equipo, las botas y nos tumbamos a descansar y a esperar al resto.

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A la media hora llegó Pepe, el chino mecánico con la Dakar y se incorporó a la siesta. Hacía un calor de mil demonios pero estaba de maravilla.

El resto llegó dos horas después!! Venían con calma y habían “pillado” varias veces y no era de extrañar, no era fácil.

150 kilómetros de carretera continuando por el desierto nos condujeron al pueblo, donde después de hidratarnos convenientemente con “pindoo pinyó” (cerveza fría) nos pusimos a comer-merendar-cenar al estilo chino.

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Tertulia, recuerdos, anécdotas, viajes, chistes, experiencias y comentar la vivencia del día antecedió a caer rendido en la cama.

Continuará….

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Nuevo amanecer chino (6)

Circulamos por carretera, al lado derecho nos escoltan las interminables montañas con nieve en las cumbres, no llega a hacer frío pero la mañana ha amaneció bien fresca, hasta que de repente, como si hubiéramos cruzado una esquina, el viento extremadamente caliente y árido nos recordó que aún no habíamos dejado el desierto.

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Paramos en una gasolinera, un montón de chinos apiñados en un camioncito eran dirigidos al trabajo, mientras nosotros iniciábamos un largo viaje en lo que iba a ser un gran día.

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Tras repostar, nos fuimos introduciendo en el interior de la cordillera por pistas de montaña, hicimos casi 500 kms de tierra dura con pequeñas piedras sueltas, subiendo y subiendo como si aquellas montañas gigantes no acabasen nunca.

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La pista ancha, de tierra dura y bastante rápida, y un buen montón de kilómetros por delante. El primer tramo lo hice abriendo la expedición, ese día pilotaba (conducir es de domingueros) la Dakar, una gran máquina con mucho par, a la que le había colocado unas torretas para adaptarla a mi posición de conducción, en estos terrenos casi siempre de pie. Como decía, avanzando primero no tenía el problema del polvo que se levantaba a nuestro paso, el cual solo se resuelve, como muchas cosas en China, con el paso del tiempo, así que la distancia entre motos debe ser considerable. Mirar para atrás y ver siete motos distanciadas entre sí avanzando hacia mí precediendo a una gran estela de polvo es una de las imágenes que nunca olvidaré.

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Avanzamos rápido sin mayor incidencia. En una ocasión, llegando a un rasante corto y alto, pero con visibilidad, me percaté de que iba un poco pasado demasiado tarde, así que eche el cuerpo hacia atrás, tire fuerte del manillar y despegué como si llevara una CR de cross… uffff. La suspensión hizo tope y mi corazón se aceleró lo suficiente para bajar un poco el ritmo, que quedan aún muchas millas!!!

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Una hora más adelante, Victor, Antonio y yo que íbamos delante paramos para reagruparnos protegiéndonos del sol bajo un puente de la carretera nueva que en medio de ningún sitio estaban construyendo. No pasó mucho tiempo cuando pasó Gustavo con otra Dakar, iba rápido, concentrado, ni se percató de nuestra presencia y con el motor tronando no sirvieron de mucho nuestros gritos. Instantes después venía Carlos con la 800.

Ponerme el casco, montarme y arrancar abriendo gas generosamente fue casi simultaneo. No quería que siguieran dando puño para alcanzarnos si nosotros estábamos detrás, así comienzan los despistes... Un rato después pasé a Carlos en un banco de arena, aprovechando que no era precisamente su fuerte. La verdad es que no le hizo mucha gracia y “sin querer” me obsequió con algunas ráfagas de piedras sacándole jugo al poderoso motor antes de adelantarle. Tampoco ocultaré que pasarle, sabiendo que intentaba resistirse, te da cierto gustillo… qué demonios, es una gozada!

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Detrás de mí venía Víctor, que sin duda estaba viendo la película desde atrás, supongo que divirtiéndose y esperando el desenlace, y una vez le rebasé se puso detrás de Carlos para hacer lo mismo.

Unos cientos de metros más adelante, y antes de dar caza a Gustavo, me equivoqué en un cruce de la pista por donde transcurríamos con la nueva carretera en obras y cuando me di cuenta era tarde, así que bajé por el talud a buscar la pista correcta. Mientras tanto, Víctor apretaba a Carlos, casi cegado por el polvo, quería pasarle para venirse conmigo y no a todos le parecía una buena idea. Uno en tercera gas a fondo a unos 90 km/h y el otro que no corta y claro, ese cúmulo de errores no podía acabar bien, a Víctor se le calentó la sangre de piloto, Carlos ni cortó, ni avisó de la existencia de un gran montón de tierra en la pista en obras y Víctor dando gas para pasarle, sin ver lo que le precedía, salió volando por un lado y la GS800 por otro. Tendido en el suelo maldecía a la pista, a Carlos y a sí mismo por el “tabaco” que se había apretado. Podía haber sido mucho más grave, pero quedó en una mano hinchada como un melón, que le duraría el resto del viaje y no le permitió ponerse de pie hasta el destino y el orgullo de todo motero un poco “jodidillo”.

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Tras el “momento espera” al pick up, agrupados y ya repuestos del susto, continuamos, ahora con más calma, subiendo las montañas hasta los 4.000 metros de altitud por áridos e interminables valles repletos de pequeños ríos de deshielo que debíamos vadear continuamente.

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Unas horas más tarde, la pista era más angosta y el fino polvo amarillo la mantenía completamente cubierta. Era fina como el cemento, y escondía las numerosas trampas de la pista, así que avanzábamos despacio. Un surco oculto, una piedra o las dos cosas, no sabemos bien la causa, pero Javier se fue al suelo. Cuando llegué a él, le vi tendido en el suelo y gritando de dolor, el pié estaba desorientado, apuntando hacia donde no debía. Se había roto tibia y peroné. Que putada, después de llegar hasta aquí y con una semana por delante, mi compañero de “pindooo piyó” tenía que abandonar la expedición. Arrancamos un trozo de la baca del coche para entablillarle y le metimos dentro con algo no más fuerte que un nolotil.

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Seguimos avanzando, con Javier en el Jeep. Vadeos, montañas, y hasta una gigantesca mina de asbesto atravesamos hasta llegar al hospital, 500 agotadores kms después de la salida.

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El hospital era todo un poema, pero al menos tenía RX que confirmó la rotura y vimos que era una fractura fea, cerca del tobillo. No dejé un momento solo a Javier con aquellos médicos salvajes, que querían operarle allí mismo y para convencerle le enseñaban radiografías de huesos con placas y tornillos que había puesto antes. “Casi ná”. Contado así a lo mejor te entran dudas de si operar directamente o sufrir 4 días hasta llegar a un hospital de Sevilla, pero si hubieseis visto el hospital no os entraría ninguna duda. En la sucia sala de curas había sangre pegada en las paredes y no se si sería del mismísimo Marco Polo, pero os aseguro que no llevaba 4 días. Le pusieron una escayola hasta la ingle y nos fuimos al hotel.

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El hotel no se encontraba en mejores condiciones que el hospital, imaginad cómo era que, después de la paliza del día, decidimos montar las tiendas en el espacio destinado al aparcamiento de los clientes y descansar allí apaciblemente. Os da una idea, no?

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Dia de transición

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Después de la paliza de ayer, se decidió hacer un tramo de descanso de 500 km por la carretera, paralelos a un desierto.

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El clima era fresco y el paisaje cambia cada 50 kms. Y nos llamó la atención un buen número de pozos petrolíferos instalados en la ladera de las montañas de terracota.

Después de que nos detuviera la policía para proteger el paso de la antorcha de los juegos olímpicos de nuestra “peligrosa” presencia continuamos avanzando.

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Por fin empezamos a ver algo verde, y claro, aparecen los mosquitos.

Ya en la ciudad nos comimos unos pollos a las 18:00 (hoy cenaremos) que mañana nos espera un duro día por el Tíbet.

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Vamos al Tibet

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Tras desayunarnos unos huevos fritos con palillos, porque allí no había cubiertos, y mojar en las yemas con una especie de delicioso bollo insípido y correoso, salimos a la puerta del hotel, donde presenciamos 5 minutos de un típico baile regional en Golmud. Y de ahí a las motos!!!

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Nos abrigamos bien, y a las 10:30 estábamos subiendo un interminable puerto de montaña hasta los 4.800 metros de altitud.

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Allí había una especie de área de descanso plagada de banderas de oración (o trapos de colores) y vimos 2 cosas dignas de ver… la primera era una “peazo” de china que no dudó en posar junto a nosotros para las fotos (en las fotos ahora no me parece tan espectacular, pero después de 15 días sin ver civilización “decente” la veíamos como una diva jajaja),

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y la segunda fue un chino en una motillo que se estaba cruzando China hasta Mongolia, y era sorprendente por varias razones, la ropa de abrigo que llevaba era como la mía de verano, el equipaje casi inexistente, se limitaba a unas alforjillas de cuero, el casco como el de las obras pero con visera y lo mejor de todo, por si le entraba mal de altura llevaba un enorme balón de oxígeno atado en plan “top case”, y por cierto, quien decía que una moto de carburadores no puede funcionar a 5.000 metros de altitud? Ahí le tenéis!

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Después de las fotos de rigor, seguimos por carretera hasta una reserva de animales de la zona y en la caseta del refugio de Kulum dejamos la huella de Petardos en el libro de visitas… Ole, hasta donde hemos llegado.

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Carlos se vuelve a España desde allí, un poco temeroso de ir solo en un taxi con un chino al que no entendía, pero se fue. Eso quiere decir que por fin me tocaba llevar de continuo (sin tener que irla pidiendo, convenciendo o robando) la fantástica GS 800, y es que es una delicia de moto.

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Repostamos en el último rincón que imaginaba que hubiera gasolina, se la compramos a unos personajes de lo más curiosos y nos echaron el contenido de unas garrafas que a saber que tenían, pero el caso es que las motos funcionaban… y desde ahí comenzamos una pista de tierra negra que atravesaba las frías montañas peladas cubiertas de musgo verde.

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Recorrimos por esos caminos 250 kms con una parada para ver los Yaks, vadeamos dos ríos y antes de anochecer el frío empezaba a recomendarnos que fuéramos buscando donde protegernos.

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Un poco mas adelante, mientras buscábamos alguna zona adecuada para acampar, encontramos un orfanato de niños tibetanos. El sitio era perfecto, tenía un amplio patio de césped rodeado por una valla alta y allí nos metimos. Entramos montados en las bmw como 8 jinetes venidos de un mundo lejano. Pedimos permiso para refugiarnos del viento e instalar nuestras tiendas junto a la valla.

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Estaban alucinados, éramos los primeros occidentales en pasar por allí y no se explicaban de donde veníamos con esas motos gigantes y disfrazados con nuestros atuendos, ni siquiera los profesores… y tenían razón, tampoco nosotros sabíamos muy bien por que estábamos allí, solo viajábamos atravesando ese país tan distinto, tan misterioso, buscando eso, la esencia de su cultura, su forma de vivir, de pensar, en definitiva esa era la aventura que nos llevo hasta allí.

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Montamos de nuevo las tiendas, en el césped, junto a la tapia, siempre bajo la asombrada mirada de decenas de niños que, si bien no se acercaban, no quitaban la vista de encima de cuanto hacíamos.

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Los movimientos tenían que ser muy lentos, la falta de oxigeno a casi 5000 mts hace que en cuanto te muevas te fatigues y hasta sientas mareos, pudiendo llegar incluso a sufrir el mal de altura, cosa que no es nada agradable como os contare mas adelante. Curiosamente no sientes esa falta de oxigeno trabajando sobre la moto en marcha porque la respiración es mas profunda, es mucho mas fuerte cuando te bajas de la moto, haciendo cosas más usuales cuando sientes que te ahogas, que te falta el aire.

La sopa de fideos calentita que nos preparó Sabrina nos vino como una bendición, estábamos en un aula, las pizarras aún reflejaban los extraños signos explicados a los niños un rato antes, y nos hacía sentir que estábamos lejos, en otro mundo. Bueno, no solo las pizarras, también dos tibetanos borrachos como cubas que se sentaron con nosotros en el aula para flipar aun más con el alcohol en sus venas… hasta quedar dormidos.

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A casi 5.000 mts de altitud se duerme fatal, te despiertas cuarenta veces en la tienda sobresaltado porque parece que te asfixias, que no estás respirando, y eso la verdad me agobió bastante. Esta circunstancia y la severa lluvia que castigaba la tienda no permitieron que descansara bien…

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9º día

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Al amanecer las tiendas estaban cubiertas de nieve, bueno más bien era hielo, recogimos todo rápido y antes de que se dieran cuenta estábamos en ruta.

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Recorrimos 150 km de pistas de tierra negra, entre interminables valles, inmensas praderas, montañas colosales… y ni un solo árbol ya que a partir de unos 3.000 mts de altitud lo único que crece es una especie de musgo grueso que cubre las montañas. Vimos rebaños (o manadas, no se) de cabras de cuernos largos y miles y miles de Yaks, que se merecen que os los describa un poco.

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Los Yaks son unos animales cornudos muy peludos que me recuerdan al medio de transporte de la guerra de las galaxias, es como un cruce de una vaca y un caballo porque aunque viéndole pastar con los cuernos a ras de suelo parece una res, cuando se cabrea salta y galopa como un brioso corcel.

Los yaks en el Tíbet son mucho más que un animal, es lo que asegura la vida en esas condiciones tan extremas. Un yak sirve de animal de trabajo, de transporte, se come su carne, se bebe su leche, de la grasa de sus cuerpos se impermeabilizan las yurtas (especie de tiendas de campañas donde viven los tibetanos de las montañas, hechas de telas que siempre terminan oscuras y malolientes) y hacen las velas que los iluminan, con las pieles se hacen los abrigos y secando los excrementos sirven de combustible para cocinar y calentarse… ¿os parece poco? Pues hay más. En los juicios en el Tibet (la justicia tibetana es también especial, como no podía ser de otra forma) quien tiene que cumplir una pena o pagar por algún delito o daño cometido, es obligado a pagar un determinado numero de jaks, dependiendo de la gravedad, a quien ha causado el daño para compensarlo.

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Continuamos cruzando montañas, recorriendo valles por pistas y sendas de tierra negra durante otros 150 km y llegamos a un núcleo habitado.

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Nos recibe el pueblo Yiga con honores, bufanda de seda blanca, los tres chupitos de alcohol de arroz de rigor y algún peculiar canto para mostrarnos su hospitalidad.

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Una gran mesa repleta de comida rara y picante nos esperaba en la casa del alcalde del pueblo y tras saciar nuestro apetito continuamos la marcha.

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100 kms más de valles y montañas, esto es una maravilla, estamos entre 4500 y 5000 mts y cada valle es más bonito que el anterior. Llegamos a un pueblo grande que no puedo ni pronunciar, en el cual somos los primeros occidentales en llegar de la historia!!!!, el Gobernador y el ministro de turismo de la región nos reciben, nos cantan, nos agasajan con más comida rara y… nos emborrachan.

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Al final, con tanto chupito de licor de arroz y tanto canto, me pillé una cogorza buena en el Tibet…

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Creo que es la primera vez que me leo una crónica entera tan larga del tirón, cada vez que iba leyendo estaba esperando que no se acabara el último post de cada página...realmente increible, y pedazo de envidia me das en cada foto que veo.

Sigue así que nos estás haciendo un favor a muchos, entreteniendonos y enseñandonos zonas del mundo tan interesantes.

Un saludo y muchas gracias por este trabajazo.

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Día 10

No recuerdo en toda mi vida una noche peor que ésta.

Me afectó el licor de arroz, me afectó el mal de altura, el cansancio, la sed por la falta de agua potable, el hambre, el frío… la falta de oxígeno me producía una insoportable ansiedad y los mareos cada vez eran más desagradables.

Me pasé toda la noche vomitando en un barreño que había en la habitación, no había agua corriente, solo una jarra y el barreño. No dormí absolutamente nada y al amanecer me encontraba fatal.

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La tarde anterior el hotel me parecía malo, pero por la noche descubrí que no era malo, era horrible. No tenía baño, solo una letrina común para 20 habitaciones que estaba bajando la escalera. Si querías poner un huevo tenías que luchar con las moscas y el olor era nauseabundo.

En la mañana, en cuanto fue posible y tuve una botella de agua empecé a beber, me comí unas galletas y una barrita energética de las 3 que llevé de emergencia y me senté en el suelo, apoyado en la pared mientras mis compañeros cargaban todo el equipaje. Me sentó bien, pero la ansiedad seguía apoderada de mí, me faltaba aire por la altitud y me dolía la cabeza. El oxígeno que llevábamos en la expedición se había agotado. Uno de mis compañeros buscó por las tiendas, y aunque es un producto de lo más común en esos pueblos, estaba agotado. Así que tuve que superar el mal de altura sobre la marcha y sin oxígeno…

Justo antes de partir, salió al horrible patio una empleada del hotelucho para cobrarme unos cuantos “yuan” por haber manchado una sábana porque tenían que lavarla!!! Es decir, que si no la mancho, no las lavan!!!

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La despedida con bufandas de seda, y las fotos de rigor con las autoridades locales no me hacían ninguna gracia, estaba hecho polvo y sólo quería que arrancáramos, que me diera el viento fresco en la cara y poder pensar en otra cosa…

Arrancamos por una carretera estrecha que discurría paralela a un hermoso río, bastante caudaloso y agitado que recogía las aguas del deshielo. Las curvas dibujaban perfectamente el curso del cauce entre zonas verdes, y poco a poco me fui sintiendo menos mal… El aire frío me iba espabilando y me iba recuperando. Iba sentado en la moto, sabía que debía dosificar las pocas fuerzas que tenía a lo largo de todo el día.

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Las montañas que atravesamos eran alucinantes, parecían una maqueta cubierta de musgo y cientos de yak pastaban por todos sitios.

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Unas tres horas después de dejar atrás la última señal de civilización vimos a lo lejos, casi en lo más alto de la montaña un pueblecito que se adivinaba bonito, con un alto edificio en el centro y decidimos desviarnos para ir a verlo. Estaba en medio de ningún sitio, en un rincón perdido del Tíbet.

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Subimos por una pista de tierra rojiza, que partía la verde e inmensa pradera de la ladera de la montaña. Había empezado a llover tímidamente y el olor a tierra mojada hacía que te sintieras bien.

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Las ocho pagodas a la entrada del pueblo nos avisaban de que se trataba de un templo budista. El pueblecito era de monjes budistas y unos cuantos salieron a ver cómo entraban en la plaza las ocho motos.

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Nos recibieron con sorpresa, alegría y asombro. No era de extrañar ya que éramos los primeros extranjeros en llegar al templo. Posaban en las fotos con amplias sonrisas y nos invitaron a pasar al templo.

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Jamás se me olvidará esa imagen. El templo era un edificio como de 12 plantas de altura y estaba completamente pintado a mano con imágenes de dragones, demonios, guerreros… y no tenía un solo rincón sin decorar con un arte de exquisito gusto.

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Al entrar no imaginaba que todo el contenido de ese edificio era un Buda dorado de 35 metros de altura!!!!! De hecho, me costó verlo porque la perspectiva te impedía divisarlo entero.

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Siete plantas, también completamente pintadas con episodios del budismo con un predominante color rojo, ascendían alrededor del gran Buda. Estaba tan maravillado que el cansancio era secundario, no importaba.

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Subimos hasta la azotea y contemplamos una imagen alucinante, con decoración de oro que contrastaba con la austeridad de las casas que nos rodeaban en la montaña de verde salvaje.

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Tras bajar del templo por la misma escalera, los monjes budistas nos enseñaron otras estancias, salas de oración y reflexión rodeada de miles de libros muy antiguos que cubrían por completo las paredes. Una zona en la que trabajaban en una especie de grabado de colores extraidos de productos naturales y piedras machacadas, que hacían con gran concentración, sentados en el suelo inclinaos hacia delante.

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El ambiente era de cuento, con una luz tenue que desprendían cientos de velas de grasa de Yak, que se ocupaban de que el olor intenso no pasara desapercibido.

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Antes de irnos, nos ofrecieron un ágape compuesto por carne seca de Yak, cortezas de Yak, leche de Yak y unas galletas hechas de leche y manteca de Yak… No me pregunteis cómo nos entendíamos con ellos, solamente nos entendíamos.

Nos despidieron sin quitar la sonrisa de sus rostros y emprendimos la marcha.

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Seguimos el camino hasta llegar a una carretera pequeña que nos llevó, horas después, hasta el siguiente pueblo, bueno ciudad grande con pinta de pueblo.

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Nos recibe un chaval joven, con un negro Lincoln Navigator enorme, que resultó ser el “dueño” de la ciudad, propietario de unas minas de Jade muy productivas, muy rico, pero que no puede salir de allí… a éste le acompañaba el jefe de policía, también joven y cuatro chinas, tres de ellas guapas y una horrible, que la apodamos Misis Yak.

Por la noche nos hicieron un fiestón, aunque yo no tenía ganas de beber y tan solo me mojé los labios con los 3 malditos chupitos de alcohol de arroz.

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El de la Mina de Jade nos dijo que al día siguiente (que era el día de descanso) nos podíamos ir con él a hacer una ruta off road muy complicada, si es que podíamos con esas motos tan grandes seguir su todoterreno…

Un ibuprofeno y caí rendido en la cama.

Continuará…….

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este post es impresionante!!

una pregunta cual es mi paisano riojano?? un saludo y espero tu respuesta

Gracias ducektm, me alegro que te guste.

Al final de la crónica colgaré cosas curiosas y presentaré al equipo... pero tienes que leerlo :D

:twisted:

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este post es impresionante!!

una pregunta cual es mi paisano riojano?? un saludo y espero tu respuesta

Gracias ducektm, me alegro que te guste.

Al final de la crónica colgaré cosas curiosas y presentaré al equipo... pero tienes que leerlo :D

:twisted:

no dudes que lo leere, es uno de los post mas interesantes del foro y espero leerlo asta el final, enhorabuena

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Día 11

El Ibuprofeno de la noche me vino muy bien y pude dormir del tirón hasta que sonó el despertador.

Desayunamos con el minero, quien iba a ser nuestro guía durante el día de descanso, y nos ofreció hacer una ruta off road de unas 4 horas, pero que era difícil, nos preguntó si estábamos habituados a hacerlo y si nuestras motos estaban preparadas… claro, eso es como en español preguntar ¿hay huevos a venir conmigo a una ruta difícil? En fin, el caso es que nos preparamos los equipos de enduro y salimos.

Paco y Palo decidieron descansar del día anterior y no estaban muy convencidos de por donde nos iba a meter el minero, así que decidieron salir en el jeep hasta donde pudieran llegar.

La primera sorpresa fue que el minero apareció en un todoterreno de serie, sin preparaciones, y nos dijo que él iba en coche… pues vaya nivel de dificultad, pensamos nosotros, mientras nos cruzábamos las miradas sin decir nada, si puede venir en ese coche creo que muy difícil no va a ser la ruta…

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La hora siguiente me sentía como un especimen de circo mientras el minero les enseñaba a sus amigos que tenía unos amigos moteros europeos que habían venido a verle. Después de las fotos de rigor para poder contárselo a más amigos que no vinieron ese día, hicimos un poco de video, así que estuvimos derrapando por las extensas praderas y jugando a competir por allí con un caballo al galope montado por un pequeño soldado del ejército chino.

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Salimos rumbo sur con las cuatro GS 800, por una amplia y bien conservada pista de tierra que poco a poco nos va introduciendo en un inmenso valle. Aquí las cosas son desproporcionadas, como si estuvieras en el planeta de Gulliver y fueras el enano rodeado de cosa gigantes. Las montañas que nos rodean tienen más de 4.000 metros de altitud y están completamente cubiertas de un manto verde sin árboles.

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En un punto del camino nos desviamos para acercarnos a una Yurta, para ver cómo viven los tibetanos en la ladera de un de esas montañas. Nos acercamos despacio, para que la señora que está dentro no se asuste, saludando con la mano. El marido no está, y nos recibe ella con su niña pequeña, con gran simpatía pero absolutamente extrañada. Nos abre la puerta, perdón, la cortina porque puertas no hay y nos invita a entrar.

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Una Yurta es una especie de tienda de campaña grande hecha de tela donde viven en su interior los tibetanos de la montaña. En su interior había un par de camas, una cocina de leña alimentada con excrementos de yak secos, una moto de 150 cc y una montañita de excrementos de yak secándose. El olor era fuerte, pero no muy desagradable, y el humo de la cocina, que estaban preparando comida, generaba una nube que nos rodeaba, saliendo por un agujero convenientemente preparado en el techo, también de tela. Para vivir en la montaña no hace falta mucho más, aunque seguro que si fuera yo el que fuera a pasar tan solo una semanita allí, me haría con medio Decathlon…

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Seguimos subiendo por la pista hasta llegar a coronar un puerto a 5.000 mts con neveros de nieve perpetua y paramos a hacer unas fotillos, no hacía demasiado frío, o al menos no lo sentíamos por la emoción y la intensidad del momento.

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Bajamos el siguiente valle por una senda estrecha que “trochaba” la pista con un desnivel bastante importante y tenía que utilizar la capacidad de retención del poderoso motor de la 800 porque en una caída del amigo Larreta se “cepilló” el freno trasero. Pepe, el mecánico chino lo soldó, pero era como casi todo en china una chapuza y se partió bajando el primer valle, en menos de 2 horas. Ya llevaba dos días sin freno, así que ya me iba acostumbrando, aunque muchas veces veía frustrados mis intentos de colocar la moto de atrás con un toque de pedal.

Estrechas sendas discurrían entre valles inmensos, completamente verdes, paralelos a un pequeño río del deshielo que tuvimos que vadear varias veces. Pilotábamos (conducir es de domingueros) a un ritmo seguro, no muy rápido, pero lo suficiente para tener que ir trabajando de pie en la moto.

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Desde hacía bastante tiempo las 4 motos íbamos por delante y de vez en cuando hacíamos una parada para reagruparnos con el todoterreno del minero y el jeep. Pero esta vez solo apareció el Jeep. Por lo visto, el “sherpa” que nos debía guiar les hizo señas de algo, y ellos lo interpretaron como una señal de que tiraran para adelante… y así hicieron. Hasta las señas son distintas en China.

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Seguimos recorriendo los valles infinitos, paralelos a los ríos que discurren por todos ellos, alucinando con el paisaje y la fauna. Yaks, zorrillos y cantidad de castores se nos quedaban mirando como si dijeran, a donde irán estos…

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120 kms más adelante paramos a descansar en una gran pradera con un pequeño santuario repleto de banderas de oración, y allí esperamos tranquilamente que vinieran los coches. Pero sólo llegó el Jeep, estuvimos esperando más de una hora al todoterreno de los chinos, e incluso comimos como domingueros en un día de campo mientras tanto.

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Llegó el momento de tomar una decisión. Podíamos regresar por el mismo camino o continuar por el valle, guiándonos con el GPS de Antonio Tatay, para más adelante pillar la carretera que nos devolvería a la ciudad. Lo más sensato era regresar por donde habíamos venido, pero era tan bonito que decidimos guiarnos por los 2 o 3 way point que marcó Antonio el día anterior por la carretera que entramos en la ciudad. Aún no sé si fue un acierto o un gran error.

Las montañas eran inmensas, el olor de montaña virgen, la tierra mojada, el “solete” y el movimiento sobre la moto hacía que no sintiéramos el frío y continuamos por sendas, de pie, otros 80 kms más. El GPS marcaba que en línea recta había 76 kms hasta la ciudad, pero los valles siempre iguales nos obligan a seguir un rumbo distinto, rodeando las montañas.

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Más adelante preguntamos, por señas, a unos tibetanos por donde debemos ir a la ciudad, y cada uno dice una dirección, pero todos coinciden en una cosa: por allí en 5 horas!!! Claro, 5 horas con sus motillos, pensamos, y continuamos por allí.

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Tomamos un camino más ancho que iba en una dirección más orientada hacia la ciudad y avanzamos por allí unos cuantos kms… hasta llegar a un pueblo con un pequeño templo tibetano, que era el fin del camino. No tenía salida.

Volvimos al cruce y seguimos por el valle paralelos al río. Es la noche de San Juan, así que disfrutamos del día más largo del año, en moto. Ahora nos queda una hora de luz y seguimos de pie en la moto. Sentado vas mal porque el camino está bastante roto, pero el cansancio ya se va notando, y eso de estar perdido cerca del ocaso no me gusta nada… pero bueno, estaremos cerca de la carretera… creo.

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Hasta aquí el día ha sido perfecto, no podía haber sido mejor, el día más bonito de todo el viaje, pero ahora empieza el calvario. También para vosotros porque no tengo más fotos de ese día, si seguís leyendo, lo entenderéis…

El cielo que ya estaba plomizo nos empieza a obsequiar con una lluvia, moderada pero constante, que hace que la tierra se convierta en barro deslizante. Llevábamos 11 o 12 horas moviendo la 800 y el cansancio empezaba a hacer mella en nuestros cuerpos. El deseo de ver la carretera en cualquier momento y la tensión de no encontrarla tampoco ayudaba.

Paramos en una casa, perdida en medio de la nada, a preguntar y nos señalan el camino y nos dicen… 5 horas!!!! Esperamos al jeep y decidimos continuar.

La lluvia no cesa y tapa los baches, algunos muy grandes. Hace frío, estamos a unos 5.000 mts, con cansancio y la lluvia arrecia, es de noche, está todo lleno de barro cada vez más deslizante, y yo sin freno trasero. Con el casco de enduro el agua pica en la cara y la visibilidad con la luz de la moto y con las gafas no es muy buena. Paramos a plantearnos si plantar la tienda de campaña, pero todos preferimos llegar al hotel a la hora que fuera.

Ya es de noche cerrada, se oye el ronco rugido de los motores y los impactos de las gotas en el casco mientras seguimos paralelos a un río que baja bastante cabreado.

Gustavo tira de la expedición, sorteando los charcos como puede, con la moto cruzada y poca tracción porque los tacos de las ruedas están a estas alturas bastante desgastados. En primera era imposible, patinaba en exceso, había que engranar segunda y ayudarse con el embrague. Estábamos haciendo una subida inclinada lateralmente, con un reguero en el medio… Veo como la moto de Gustavo se le va deslizando de alante hacia el reguero, lo controla pero le derrapa hacia la izquierda… al suelo. Por el hueco del reguero no le alcanzó la pierna al suelo y se cayó casi en parado de costado. Puse atrás todo mi peso para frenar con el de adelante y conseguí detenerme a tiempo. Aparentemente había sido una caída sin importancia, pero se había partido el húmero, y era evidente.

Lo siguiente fue una situación lamentable. Gustavo tenía mucho dolor, y un cabreo impresionante. Rabia, impotencia y sufrimiento por no poder continuar el viaje, por no poder guiarnos y continuamente decía: “lo siento, de verdad, lo siento, no he podido evitarlo”…

El jeep con barro iba mejor, llegó en seguida y se encontró el pastel. Montamos a Gus en el coche y “el sobri” le echó coraje para coger la moto de Gus.

Seguí yo delante, marcando el camino, por delante del sobri, y los Tatay cerrando el grupo, intentando alumbrarle, yo iba intentando hacer la trazada más fácil posible en ese barrizal lleno de charcos para que me siguiera ya que las condiciones eran malísimas y no tenía mucha experiencia. En segunda al mínimo ritmo y metiendo primera para retener la moto en las frenadas, que hacían que la moto deslizara de adelante en lentas pero largas derrapadas. Seguía lloviendo y el frío era intenso pero 10 kms más adelante apareció la carretera. Después de 15 horas montando, 10 kms y Gustavo lo hubiese salvado, que putada.

Los siguientes 80 kms por carretera hasta el hotel tampoco fueron fáciles. Hacía un frío tremendo y llovía a mares. Había desprendimientos de rocas por la carretera de montaña y te encontrabas piedras en medio de la calzada del tamaño de mi lavadora. A más de 50 km/h no se veía nada y si no fuera por los puños calefactables, con los guantes de verano seguro que había perdido algún dedo…

Llegamos al hotel empapados, tantas horas y esa intensidad de lluvia no hay equipo que lo soporte y cuando subíamos en el ascensor, Antonio Tatay mostraba signos de hipotermia, no podía ni hablar, tiritando con calambres y su hermano le descongeló en un baño de agua caliente.

Me di una ducha caliente que me hizo renacer, me puse ropa seca y me fui al hospital a ver a Gustavo. El Hospital por dentro era para verlo, también querían operarle el hueso, y no tenían ni vendas!!! Para que os orientéis, el cabestrillo se lo tuve que hacer yo con mi cinturón!!! Y querían operarle…

Pensé que ese largo día se había acabado ahí… me equivocaba.

Al llegar al hotel a las 3 am nos dicen que el minero, al ver que no veníamos salió en nuestra busca y se había accidentado. Sabrina iba a ir a buscarle con el jeep, pero con el agotamiento que llevaba después del día de estrés, no podíamos dejarla ir sola… y me fui yo con ella, convenciéndola de conducir yo.

Recogimos al jefe de policía (amigo del minero) y salimos en dos coches por la carretera de los desprendimientos… otros 100 kms para atrás.

El minero, vadeando un río por unos troncos que pasamos se salió y clavó un tronco en el tanque de gasolina… y allí acabó su excursión. Le remolqué con el jeep hasta la carretera y pensaba dejar el coche allí para recogerlo al día siguiente con una grúa, pero los chinos me obligaron a remolcarle hasta la ciudad los mismos 80 kms. Tuve una movida que no os podéis imaginar, estaba sólo rodeado de chinos gritando, yo no quería remolcarlo y me querían quitar las llaves del jeep para hacerlo ellos, incluido el policía y yo no pensaba dárselas para que unos chinos me despeñaran por un barranco. Me parecía descabellado y peligroso, sobre todo bajar el puerto, porque subirlo vaya, pero bajarlo sin gasolina – sin motor – sin servofreno… decidí remolcarlo mientras se me ocurría algo subiendo el puerto.

Cada vez que pasaba de 20 km/h el jefe de policía me increpaba para que bajara la velocidad… 80 km a 20 km/h son, si las cuentas no me fallan, 4 horas… tampoco pensaba tirarme otras 4 horas conduciendo…

Al llegar a lo más alto del puerto me paro y les digo que de ahí no me muevo, que estoy muy cansado y quiero dormir y que las llaves no me las quitan ni con aceite hirviendo. Que al día siguiente, en unas horas, volvería a remolcarles, pero de día. Al final me salió como quería, gritando y cabreados soltaron la eslinga, metieron al mecánico chino “pepe” al volante y lo tiraron cuesta abajo. El señorito minero, y el resto se montaron en el coche de policía y se fueron sin esperarle, y yo que en ningún momento había pensado quedarme a dormir allí, salí con Sabrina detrás de él, pero sin “ataduras” con su coche. Si quieren arriesgarse a un accidente, a mí no me arrastran…

Faltaban menos de 15 kms cuando la carretera empezó a llanear y el todoterreno se paró. Ya era de día, y la carretera llana. Así que volví a atar la eslinga y le remolqué a 60 - 70 km/h hasta la ciudad. El chino pepe me pitaba y intentaba que parara, pero era llano, no había cuneta y estaba hasta los mismísimos huevos de él y de los chinos, así que no paré hasta el hotel a las 7:30 de l mañana. Desde ese día el chino pepe no me volvió a hablar… y tres narices me importó.

Así terminó nuestro día de descanso…

:evil:

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